
Titulándose Feroz este primero volumen de X, es fácil deducir que el descontrol forma parte de su idiosincrasia ya desde el principio. Swierczynski crea un antihéroe absoluto. Un asesino que, eso sí, se marca sus enemigos entre la escoria del hampa, entre los criminales de más alto standing. Por supuesto, se puede entrar en el debate moral sobre los métodos con los que se puede combatir el mal, y eso siempre estará presente en una historia que desborda tantos límites como ésta, que llega a rozar el sadismo en algunos momentos. En realidad el objetivo es un disfrute culpable, uno en el que el lector entre en el juego, en la espiral de violencia y se ponga del lado de quien se atreve a romper las normas, legales y morales, para defender a los más desprotegidos. Pero lo mejor de X no está en ese personaje, sino en Leigh. Ella es la verdadera protagonista, la que pone todas las cartas encima de la mesa, la que genera la empatía y la simpatía. X es la excusa. Swiercynzski juega con el misterio de su identidad, pero en realidad eso no es lo importante. Lo que importa es cómo un personaje con el que uno sí se puede identificar reacciona ante este torrente de violencia.